Para el comienzo del viaje

martes, 26 de julio de 2011

Día 17 (25 de julio, Pokhara-Kathmandu)

Una vez más, comienzo el blog contando que nos pegamos otro madrugón, para no perder la costumbre. Nos levantamos a las 5.30 de la mañana, que a las 6.30 tenemos que estar en la estación de autobuses para coger el bus con dirección a Kathmandu. A medio camino pararemos para hacer el rafting.

Andamos un kilómetro más o menos hasta la parada y sobre las 6 y pico de la mañana ya estamos sudando. Empieza bien el día. Llegamos y nos encontramos otra vez con los catalanes. Es increíble cuántas veces nos hemos encontrado con españoles, da igual a dónde te vayas que siempre vas a terminar juntándote a los de allí. Charlamos brevemente hasta que nos mandan a nuestro bus. Los catalanez nos cuentan que, si dices que eres argentino (al no asociarte con el euro), los precios que te ofrecen son más bajos. Así que a partir de ahora nos declaramos oficialmente argentinos de adopción. Lo gracioso es que acabamos diciendo que somos argentinos hasta a la gente que no nos quiere vender nada.

Nos montamos en el bus y antes de que arranque, tenemos la agradable sorpresa del chico de la agencia, que viene a despedirse de nosotros. Nos desea buena suerte con el viaje y con los estudios.

Sobre las 7 partimos hacia la parada en la zona del rafting y tardamos cuatro horas en llegar. Son cuatro horas para hacer 100 kilómetros, pero la verdad es que después de 16 días de viaje, nos hemos acostumbrado a las distancias y el tiempo.

En el autobús se nos sienta al lado un hombre con cara graciosa, que al instante lo apodamos Mitch Buckanan, por su parecido razonable con el vigilante de la playa. Eso si, este se gasta una barrig, pelo naranja y un bigote que le dan un toque único. El hombre nos da juego para un par de hora de viaje.

Vamos en el bus que no tenemos ni idea de dónde tenemos que bajar, por lo que le decimos al chico (uno con cara de poco espabilado) que nos avise. No nos fiamos mucho, por lo que preguntamos varias veces.

Al fin llegamos a la zona del rafting, a mitad de camino entre Pokhara y Kathmandu. Hace un calor que asusta y empezamos a sudar nada más bajar del bus. Nos equipamos con casco, chaleco y remo y bajamos por un pequeño camino hasta llegar al río. Cómo no, los nepalíes nos sorprenden una vez más con su eficiencia. Podían haber preparado los botes antes de que llegáramos, pero lo hacen cuando todo el mundo está listo. Tardan unos 20 minutos en prepararlos y aprovechamos para sacarnos unas cuantas fotos y fichar al típico listillo del grupo. En toda actividad de grupo hay uno que se las da de cabecilla, de graciosillo, vamos, el que se cree más listo que el resto. Pues fichamos al de nuestro grupo, que en este caso es un italiano.

Al rato, empiezan a darnos las instrucciones y nos damos cuenta de que el monitor lleva cinco minutos hablando y no nos hemos enterado de nada. Confiamos en que alguno caiga antes que nosotros, que somos jóvenes y deportistas.

Al terminar de darnos las instrucciones, nos vamos pitando a una barca donde no haya japoneses, ni italianos ni gitanos nepalíes. Nos montamos en uno los tres (los tres a un lado, dato importante), un dubaiti y una pareja de origen desconocido.

Los primeros dos minutos son muy emocionantes, con remolinos, grandes olas y saltos inesperados. Pero hasta ahí, a partir de los dos minutos el rafting (que supuestamente era un 5+ de 6 niveles) se convierte en una agradable travesía por el río. Sería agradable si no fuésemos hacia atrás en dirección Pokhara 42 kilómetros, camino que luego tenemos que volver a recorrer en bus. Eso sí, las vistas son alucinantes, con un río que se abre camino entre unas montañas espectaculares.

Sobre la hora la travesía empieza a aburrir, pero sólo hasta que el patrón ordena cambiar de sitio a Borja y al dubaití, enviándole a este segundo a nuestro lado y en primera fila. Pues el tío se come como cinco olas, que coincide con que son las más grande de toda la travesía, que le explotan en toda la cara. El pobre hombre (un señor de unos 55 años con barba) tiene tal susto en el cuerpo que a partir de ahí apenas puede remar.

Por si no fuera suficiente, la naturaleza se vuelve a ensañar con él (y casi con Gurru y conmigo), chocando contra una ola que por poco nos envía al agua. Pero al hombre le castiga en exceso, ya que tarda unos cuantos segundos en reincorporarse.

A todo esto, la pareja no sabe ni dónde está. Tienen frío, no saben remar y no saben inglés.

A las dos horas llegamos al final del trayecto. Lo gracioso es que para entonces ya la gente ni remaba, o hacia como que remaba confiando en que el de al lado lo hiciera. Pero al llegar y tener que remar algunos metros para llegar a la superficie, tanto nosotros como la pareja remamos como si nos fuese la vida en ello. El dubaití sigue intentado recuperarse del susto de las olas, que bastante tiene.

Al llegar nos cambiamos y cogemos primera fila para el lunch. La comida no es nada buena (¿tostadas con mermelada para comer?), pero como otros tantos españoles, guardamos unos cuantos paquetes de galletas en la mochila, por si las moscas.

Entonces para un autobús local con destino a Kathmandu. Nos montamos en él sin apenas despedirnos de la gente y al entrar sorpresa: el bus es una auténtica ratonera. Unos pocos metros cuadrados para mucha mucha gente (he subido un vídeo en facebook por si alguno se quiere hacer una idea). Tenemos que viajar ahí 100 kilómetros, que son unas cuatro horas.



A la hora del trayecto, que a la hora, a los veinte minutos del trayecto no podemos más. Nos horroriza pensar en hacer semejante viaje ahí, pero bueno, una experiencia más.

Para rizar el rizo, paramos a medio camino y, pensando que es una simple parada, bajamos a ver qué hay. Sin embargo, nos damos cuenta de que se nos ha pinchado una rueda. Ya no nos queda otra que tomárnoslo a risa. Es ahí cuando conocemos a un personaje clave en este día: Fructuoso Martínez, Fructu a partir de aquí.

Fructu es un tío, para que engañarnos, muy feo muy feo, pero muy polivalente. Lo mismo te cambia una rueda que te vende los billetes o trata de ligarse a una pasajera durante cuatro horas utilizando todas las técnidas de ligue existentes. El tío lo intenta y tiene empeño, pero la mujer lo rechaza una y otra vez. Pero es ahí cuando Fructu se desenvuelve como pez en el agua y saca su as de la manga: el clásico brazo al hombro. Pero nada, la chica no está por la labor y a Fructu le quedan escasos kilómetros para llegar al final del trayecto. Nosotros nos bajamos antes, por lo que nos quedamos con la duda de si nuestro don juan se la llevó al huerto o no, aunque todo hace indicar que el chico terminó solo.

Cogemos un taxi que nos lleva al hotel donde nos alojamos la otra vez, el hotel Thamel. Al llegar preguntamos al chico de la recepción cuánto vale una triple y noa dice que 2800 rupias. Nos echamos a reir, porque la otra vez nos costó alrededor de 1300. El pobre pone cara de "me han pillado" y se hace el loco. Pero al decirle que nos costó unos 1300, nos dice que no, que fue 1345. Parece ser que al final sí que s acordaba.

Dejamos las cosas, nos damos una merecida ducha y nos vamos a cenar a una azotea con música en directo. Crna y al hotel que, una vez más, son las 10 de la noche y estamos agotados. Y es que los 16 días de viaje pasan factura.

No hay comentarios:

Publicar un comentario