Para el comienzo del viaje

jueves, 4 de agosto de 2011

Último días en la India (29, 30 y 31 de julio y 1 y 2 de agosto, Delhi-Rishikesh)

Después de varios días de inactividad del blog, lo actualizo contando nuestras últimas aventuras por tierras hindúes.

El primer día (29 de julio) no hicimos gran cosa en Delhi, ya que la ciudad no da para más. En todas las ciudades del mundo uno tiene la posibilidad de dar un paseo por alguna zona con interés turístico/histórico, o ir a un centro comercial o tomarse un café en alguna terraza. Nada de esto es posible en Delhi. Las calles están abarrotadas de gente (todo hombres), hasta tal punto que llega a ser agobiante.

El gran problema que tiene el país es, sin duda, la tasa de crecimiento demográfico. Mientras el país siga creciendo económicamnte en un 8-9% anual pero el número de habitantes siga aumentando a este ritmo, una gran parte de la población seguirá viviendo en la miseria y por debajo del umbral de pobreza. En la actualidad, un tercio de los habitantes se encuentra en esta situación y, al ser un país con más de mil millones de habitantes, esto se traduce en más de 300 millones de personas que viven en la más absoluta miseria.

En este viaje hemos visto de todo, desde un anciano tumbado en la calle, mojado, temblando y con unos dedos del pie amputados, hasta niños explotados por sus padres o mujeres llevando ladrillos en una cesta sujetada por la cabeza.

Sigo con el día después del paréntesis. Por la mañana vamos a comprar el billete de tren para ir a la ciudad que nos recomendaron las dos chicas riojanas: Rishikesh. Como buenos conocedores de los timos y estafas en la estación de tren, esta vez sí, vamos a la oficina donde se venden los billetes para extranjeros. A pesar de saber dónde se encuentra dicha oficina, un chico de nuestra edad nos indica (muy cabreado) a dónde tenemos que ir. El chico parece estar en la estación ayudando a los extranjeros a no caer en el timo. Nos cae bien.

Entramos en la oficina y una señora muy amable muy amable nos dice que tenemos que rellenar un papelito. Es curioso cómo funciona la oficina: no hay ningún cartel informando de los trenes, horarios, etc. Uno tiene que rellenar el folleto sin la información. Después te sientas en una especie de cola de sofás hasta que llega tu turno. Nos hacemos los panolis y nos sentamos justo al final, en el último sofá. El operario no nos ayuda mucho, pero a final conseguimos nuestros billetes de ida y vuelta por 8 euros. Es ahí (en la oficina) donde nos damos cuenta de lo contentos que están los alemanes en este país. Hay dos chicos al lado nuestro: uno mira hacia abajo en un gesto de desesperación y el otro tiene cara de querer irse de ahí cuanto antes.

El resto del día no pasa nada interesante. Un poco de facebook, un poco de videoclips de Pitbull en la tele, comida y cenas en la azotea del hotel y poco más.

Al día siguiente hacemos el check out y nos sentamos en el hall del hotel, que el tren sale a las 3.15 y son las 12.

Al llegar a la estación sopresa, y de las buenas. El destino nos da la oportunidad de vengarnos. Nada más bajarnos del tuc tuc, nos encontramos de frente con el tío del gobierno que el segundo día nos llevó a la oficina "oficial del gobierno" de Shafi. El muy caradura está con otros españoles y decidimos ir a saludarle, a ver qué se cuenta.

Nos acercamos y nada más vernos nos da la mano. Le preguntamos si se acuerda de nosotros y dice que por supuesto que sí. A lo que le contestamos que muchas gracias por llevarnos a la oficina "oficial", que nos metieron un buen timo ahí. El tío ya no se acuerda tan bien de nosotros y nos pregunta cuándo fue y dice que estamos mintiendo.

Los pobres españoles tienen alrededor a unos cuantos pesados ofreciéndoles mil cosas. Como el chico del día anterior, decidimos ayudar a los más necesitados: a los pobres guiris amateur que nos intentan sacar hasta el último euro. A los españoles les decimos que ni caso a estos, que vayan a la segunda planta, que es donde se compran los billetes. En ese momento aparecen otros alemanes con un hindú que se dirigían a otra oficina de palo. Les decimos que ni caso, que vayan a la segunda planta. Justo en ese instante, aparece otra pareja americana (creemos) y les decimos también que vayan al segundo piso.

Es nuestro momento y lo disfrutamos. Una especie de recompensa después de sufrir tantos timos. Pero claro, con esta venganza nos ganamos unos cuantos enemigos, enemigos que nos empiezan a seguir y a gritar.

Decidimos irnos para no caldear más el ambiente, no sin antes quitar otro cliente a otro hindú, un alemán con cara de panoli.



Nos montamos en el tren y como aún queda media hora para partir, se encuentra medio vacío. El tren no tiene aire, pero es mucho mejor de lo que nos esperábamos. Grave error. A la hora y media de trayecto aquello se convierte en un infierno: sólo diré que sacamos el brazo por la ventanilla y sentimos fresco, cuando afuera hace más de 40 grados. Con 40 centímetros de espacio para movernos, hacemos los 200 kilómetros que separan a Delhi con Haridwar en unas cinco horas.



Llegamos a Haridwar y cogemos un tuc tuc para ir a Rishikesh. En este momento me resulta físicamente imposible explicar cómo se puede tardar hora y media en hacer un trayecto de 25 kilómetros a una media de 60 por hora. Rompe todas las leyes conocidas hasta la fecha.

Al llegar a Rishikesh, indicamos al chófer dónde se encuentra el hotel. Nos pide 100 rupias más y hacemos un trayecto que, por quinta vez en este viaje, nos hace temer por nuestra integridad. Por el monte, de noche y a 60 por hora con unos badenes asesinos que dan miedo.

El hotel está bastante bien, aunque le pedimos la habitación más barata y es horrible: sin aire acondicionado, una cama de matrimonio que es un tablero y un baño que mejor no describirlo. Al preguntar por el precio, nuestra tacañería vence a la comodidad y al comfort.

Cenamos en el restaurante que hay y nos vamos a la cama, que ha sido un día duro.

Al día siguiente nos levantamos con el ruido de los camiones y la luz que asoma por la ventana. A pesar de ser un hotel apartado en el monte, hay una carretera al lado y ya he contado más de una vez la costumbre de pitar mientras conducen.

Con la luz del día podemos ver cómo es el hotel, un edificio que rodea un pequeño patio interior con mesas del restaurante. Este restaurante lo llevan 4-5 chavales de nuestra edad más o menos y la comida y el servicio son impecables. En general se respira un aire de tranquilidad que relaja y que no tuvo ni el mismisimo George Harrison cuando vino aquí. El problema es que hay una cantidad de hippies (o gente que viene aqui y se las dan de hippies) que no es normal.

A pesar de ser las 8 de la mañana, nos damos una ducha y nos pegamos un desayuno que ni los maharajás. Nos conectamos un poco al mundo y decidimos bajar al pueblo, a ver si hay suerte y nos llevamos una grata sorpresa.



Bajando por el monte, nos cruzamos con mucha gente vestida de naranja (los seguidores del dios Shiva que ya conté en los días de Varanasi).



De camino hacemos un alto cerca del río Ganges, que tenemos la oportunidad de tocar el agua (el río empieza cerca, por lo que no hay cadáveres o cosas parecidas flotando como en Benares). Tocamos el agua y nos sacamos una foto.




Seguimos para adelante y el pueblo no tiene gran cosa, por lo que tomamos un café y nos vamos vuelta al hotel pegándonos la gran sudada del día.

Ducha y una más que merecida comida en la terraza del pequeño restaurante.

El resto del día y el siguiente transcurren sin ninguna incidencia, pero tampoco bajamos al pueblo: comer, internet, siesta, hablar con la gente de aquí y en general, descansar, hasta puede que demasiado. No sé si ha sido demasiado para nosotros, pero sí para un alemán que se hospeda aquí: su nombre es Nick.

Nick es el típico alemán que en su ciudad será un tío eficiente, que viste de traje y que tiene un buen trabajo, que llega a la India y se las da de hippie vistiendo unos cagaos, fumando y dejándose rastas. Todo muy bonito hasta el segundo día. El primero lo pasa mirando la Lonely Planet, viendo páginas web y hablando con la gente a ver qué se puede hacer en esta ciudad. Ya por la tarde el tío lo intenta por última vez pero desiste: no hay nada que hacer. El segundo día transcurre entre lectura, mirar al techo y la nada. Únicamente los momentos en los que internet le permite evadirse y realizar búsquedas de vuelos de regreso a su país consiguen mantener viva su llama de la esperanza. Pero en el fondo, Nick sabe que no hay esperanza posible. Le quedan 19 días de viaje, los que le había prometido a su novia.

Por la noche decidimos pagar las tres noches de hotel, ya que al día siguiente nos tenemos que ir a las 4.30 de la mañana hacia Haridwar para coger el tren a las 6.30 con destino Delhi. El chico de la recepción saca un listado de huéspedes que nos delata: de los treinta y tantos turistas hospedados aquí, somos los que menos pagamos, y con mucha diferencia. Los siguientes que menos pagan, pagan el doble y la lista va hasta precios 15 veces más altos. Ahora se entiende por qué la tarifa no incluye ni papel higiénico ni sábanas.

Los más de 50 grados en la habitación y los millones de insectos de todo tipo, no han sido capaces de hacernos soltar 100 rupias más, lo que equivale a 1,66 euros. Será que nos hemos acostumbrado al nivel de vida y los precios de aquí, pero la realidad es que sólo la habitación de nuestro vecino Nick se acerca al pesebre en el que vivimos.

Ya por la mañana (4 de la mañana) del 2 de agosto, nos despertamos para ir desde Rishikesh a Haridwar, que es donde tenemos que coger el tren. El viaje lo tiene todo: hora y media para hacer 25 kilómetros en tuc tuc, de noche y además, comienza a jarrear. Al llegar a la estación, nos encontramos con la estampa de siempre: un millón de hindúes dormidos en el suelo esperando al tren. Lo que ellos no sabían era que el techo no iba a dar más de sí y les iba a mojar por completo.

Nos vamos corriendo al andén cuatro para no mojarnos pero el esfuerzo es en vano. Llegamos con las maletas, la ropa y el pelo empapados. Buen inicio para un viaje de cinco horas. Pero el destino nos tenía guardada una buena sorpresa: el tren se retrasa cinco horas y, en vez de llegar a las 6.17, llega a las 11.

Aún no nos explicamos cómo podemos aguantar cinco horas ahí de pie, mojados y, lo peor de todo, sin saber cuándo va a llegar. Lo mismo es a las siete de la mañana que a las seis de la tarde.

A las 10 de la mañana suena algo desde los megáfonos y la gente empieza a aplaudir, por lo que parece que el tren ya llega. Pero si algo hemos aprendido en la India es que siempre hay que sumarle una hora a todo lo que digan y, efectivamente, el tren llega a las 11.

Nos montamos y el viaje es, pues eso, el típico viaje de tren en la India: calor, agobio y una velocidad de crucero.

Llegamos a Delhi por cuarta vez este viaje y nos vamos directos al hotel donde nos hemos alojado casi siempre: el Ammax Inn, pero el jefe nos dice que no hay habitación. Buscamos algún otro y acabamos en el Sheraton de Delhi: un cuchitril con banda sonora en nombre de aire acondicionado y discoteca hindú cerca de nuestra habitación.

Estamos agotados, por lo que cenamos y nos vamos a dormir.

Al día siguiente (3 de agosto) nos despertamos a las cinco de la mañana, nos duchamos, preparamos las maletas y bajamos al hall. En la puerta nos encontramos con una barricada: tres figuras duermen ahí malamente. Uno de ellos (el cabecilla), que duerme enseñando la tripa, se lleva un buen susto y se va un minuto a un cuarto, minuto que aprovechamos para coger un par de botellas de pepsi del frigo. Los otros dos están en coma y no se enteran. Viene el chico, le pagamos la noche y llama a un taxi para que nos lleve al aeropuerto. Total, que muy lejos no debía andar el taxista porque tarda 35 segundos en llegar.

Al montarnos, pongo el aire acondicionado y esto ya es el colmo, los hindúes no nos dejan de sorprender ni el último día: nos dice que la tarifa no incluye aire acondicionado. Le preguntamos si la tarifa incluye o no el poder bajar la ventanilla.

Llegamos al aeropuerto, nos piden el billete y pasaporte mil veces y pasamos a las puertas de embarque. Nos pegamos un buen desayuno al estilo occidental y de camino a la puerta 15, el destino nos da la oportunidad de vengarnos otra vez.

Hay unos teléfonos, nos miramos mutuamente y a los dos se nos ocurre lo mismo: llamada a Shafi. Marcamos su número y contesta algo desconcertado, pero al final se da cuenta de quienes somos. Le decimos que todo genial, que gracias por todos los trenes, hoteles y coches que nos puso y, como estamos tan contentos con sus servicios, que nos vamos a quedar todo agosto, que nos vaya preparando un tour de un mes por Rajastán con todo incluido.

El tío no se lo cree y nos lo imaginamos tratando de cobrarnos mil euros por el tour. Le decimos que envíe un coche a la otra punta de la ciudad sobre las dos de la tarde. Lo que él no sabe es que para esa hora estaremos volando los cielos de Ucrania.

El dinero que perdimos no lo vamos a recuperar, pero conseguimos reducir nuestra sed de venganza.

Por último, y ya para terminar con las situaciones absurdas en la India, vamos al punto donde se intercambian las divisas, para comprar euros con las rupias que nos han sobrado. El chico nos dice que sólo las pueden cambiar los hindúes, pero que no nos preocupemos, que los podemos gastar en el dutty free. Salimos corriendo de ahí a coger el avión, necesitamos ir a Europa!

Nada más montar en el avión notamos la diferencia con los hindúes: las azafatas sonríen, te ayudan en lo posible y el avión sale puntual. Además antes de montar en el avión nos regalan revistas, periódicos, café,... . Así sí.

Lo demás es historia. Llegamos a Bilbao sobre las 17.30 y se acabó el viaje. No hay nada más que contar. En cuanto volvamos a la normalidad, bajemos el ritmo y estemos descansados, escribiré una pequeña reflexión sobre el país, la gente y nuestro viaje.

Gracias a todos los que habeís seguido nuestras aventuras. Esperamos los tres que os hayaís reido (aunque sea un poco) con nuestras desgracias, prolemas y buenos momentos, que ha habido muchos.

viernes, 29 de julio de 2011

Día 20 (28 de julio, kathmandu-Delhi)

Esto es increíble: madrugamos más que los nepalíes. Para cuando bajamos a desayunar, las tiendas siguen sin abrir y hay pocos bares. Nos tomamos un desayuno "yak breakfast", que tiene buena pinta: café, tostadas con mantequilla y mermelada, zumo de mango y tortilla francesa. Y todo por 1,50€.

Tenemos 4-5 horas por la mañana antes de irnos al aeropuerto y coger un avión con destino a nuestra ciudad preferida después de Jaipur: Delhi. 

Hacemos alguna última compra, preparamos las maletas (que ahora sí, son unas cuantas) y nos damos una ducha antes de hacer el check out. Lo gracioso es que el día que entramos al hotel, el chico nos enseño la habitación y al preguntarle cuánto era, nos dijo que 25$. Le dijimos que no, que le pagabamos 10 y aceptó al instante. Pues al hacer el check out, el tío nos quería cobrar 2500 rupias (25 euros) por dos noches y dos cenas, una de la cuales estaba pagada. Hacemos nuestras cuentas y nos da que son 1900. Y eso es lo que le pagamos.

Nos vamos y pedimos un taxi. Para uno y al decirle que queremos con taxímetro, nos dice que no, que al aeropuerto 400 rupias primero y 300 después. Nosotros queremos taxímetro, que siempre es más barato (y ellos lo saben), así que paramos a otro que sí acepta pero nos da más vueltas. Aún así el viaje nos sale por 225.

Otro día más en el aeropuerto y otro día más que alucinamos con su funcionamiento. Es difícil pero me explico: 

-Antes de entrar al edificio, hay que enseñar pasaporte y billete de avión, por lo que las despedidas son fuera aquí también.

-Al entrar al edificio, hay que enseñar billete y pasaporte, además de pasar las maletas por una máquina infrarrojos y nos cacheen.

-Una vez dentro, hay que subir unas escaleras para coger el avión, pero antes de subir las escaleras hay que enseñar billete y pasaporte.

-Arriba te tiene que sellar una hoja de salida.

-Para ir a la puerta de embarque, hay que enseñar todo lo que uno lleva en la mochila, y aunque parezca mentira, hay que volver a enseñar billete y pasaporte.

-Para coger el autobús que nos lleve al avión, hay que enseñar billete y pasaporte, como en un aeropuerto normal.

-Antes de subir al avión, otra vez a abrir la mochila y cacheo.

-Y ya por último, para subir contentísimo al avión, otra vez a enseñar billete y pasaporte.

Ahora, aquí viene el chiste: cuando nos sentamos en nuestros asientos, nos damos cuenta de que Borja lleva unas tijeras y cuchillas en la mochila. 

Es curioso también ver en el aeropuerto cómo hay más operarios holgazaneando que pasajeros. Hay un momento donde contamos 15 personas alrededor sin hacer nada y aparentando que trabajan: dos chicas que, supuestente, reparten identificadores de mochilas, una señora que deambula por ahí, un tipo que les echa unas cuantas miradas e intenta ligar con ellas (con poco éxito), dos que toman un café y otro que se dedica a pasear.

Esto es lo que se llega a hacer cuando se pasa tanto tiempo en un aeropuerto.

Al fin, después de 4 chequeos, 20 revisiones de billetes y pasaporte y un sellado del visado, el avión despega sobre las tres de la tarde.

Llegamos sin problemas a nuestra querida India (o incredible India, como dijo nuestro querido Weiner). 

Nada más salir de avión ya se nota la humedad y ese "olor a calle". Tenemos prisa, que el stand de Lufthansa cierra a las 17.30 y tenemos que hacer el tema del visado.

Sobre las 17h nos vamos a todo correr a preguntar si nos pueden cambiar el vuelo. Ahí hay una oficina  que es la misma para Lufthansa, Air France o British, un el mismo chico trabaja todas las compañías. Al principio no nos pone ningún problema, pero luego nos dice que él no puede hacer nada, que tenemos que llamar a un número. 

El problema es que, como bien he explicado, si sales del aeropuerto necesitas un billete para volver a entrar en el aeropuerto, y sino, es practicamente imposible ponerte a explicar esto a lo polis. Les decimos que tenemos que hacer una llamada y, una vez más y ya van veinte mil, tenemos que enseñar billete de avión y pasaporte para hacer una simple llamada. Lo de los aeropuertos de la India y Nepal nos dan para otro blog entero.

Llamamos y no hay manera, no nos pueden cambiar los vuelos, así que nos quedamos una semana más en nuestra querida India. 

Lo bueno es que es llegar y viva las aventuras.

Cogemos taxi al hotel y el chófer no tiene ni idea de dónde está. Ni siquiera sabe dónde esta ésa zona ni sabe leer el mapa. No saben situarse y supongo que será porque no saben leer. Total, que el figura nos dice que para qué ir hasta ahí, que hay mejores y más baratos cerca (lo dudamos). Nos lo tomamos a cachondeo y le decimos que nos enseñe uno.

Vamos al hotel este que dice el amigo que es mejor y más barato. Por fuera no tiene mala pinta, así que entramos y le decimos al jefe que nos enseñe una habitación. Subimos, abrimos la puerta y el chico pone el ventilador del techo (dato importante). Echamos un vistazo al baño, a la cama y corremos las cortinas, a ver que vistas tan maravillosas tiene. En ese momento salen dos pajaros que se escondían detrás de la cortina y, sin rumbo, uno de ellos corre la mala suerte de estrellarse de pleno con el ventilador. Resultado: pajaro amputado y cadáver encima de nuestra cama. La pata se queda colgando en el ventilador y el jefe dice que "no problem", que se puede dormir ahí (mientras aparta el cuerpo del pájaro fenecido). El ataque de risa nos dura unos cuantos minutos, lo que tardamos en salir del hotel rumbo al que teniamos en mente.

Tardamos un buen rato en encontrar el hotel, ya que el chófer no tiene ni idea y le tenemos que guiar nosotros. Hay un momento que el muy caradura tiene la geta de cabrearse y echarnos la culpa, cuando el tío no sabe si está en Delhi o en Pekín. 

Al fin encontramos el hotel, pero llegamos calados, que el monzón se hace notar. Después de regatearle un poco al jefe, nos da una buena habitación con aire acondicionado y un baño decente. 

Nos damos una ducha caliente y vamos a hacer la compra a un super que nos aconsejan cerca del hotel. Al fin un super en la India! Nunca nos habíamos alegrado tanto de ver cereales kellogs, galletas maría o galletas digestive.

A la vuelta nos damos prisa, que está cayendo una buena. Las aceras se llenan de charcos y la gente de la calle sigue igual: tirado en el suelo mientras se ponen hechos un cristo. Lo gracioso es que de camino, medio corriendo, Borja pisa un charco y moja a un señor que cenaba por ahí. El marquesito se cabrea y nos echa la bronca, mientras cena con las manos y descalzo con toda la basura que hay en el suelo.

Llegamos al hotel y subimos a la azotea a cenar. Ahí conocemos a dos españolas que se van al día siguiente. Al no tener mesa, como caballeros que somos, les decimos que se pueden sentar en la nuestra. 

Compartimos muchas historias y anécdotas mientras esperamos a que nos traigan la cena, que tanto en la India como en Nepal es un buen rato. Nos cuentan que al norte de Delhi hay un pueblo bonito y muy tranquilo: Rhisikesh, donde fueron los Beatles a hacer yoga. Así que ya tenemos decidido nuestro próximo y último destino antes de volver. Mañana cogeremos los billetes de tren, pero ya vale por hoy que estamos sin fuerzas.

Día 19 (27 de julio, Kathmandu)

Otro día más, nos despertamos con el horario nepalí y no nos volvemos a dormir. Esto de despertarse a las 6 y estar despierto hasta las 11 de la noche es horrible y agotador, hay que desacostumbrarse cuanto antes.

Desayunamos muy pronto y para las 8 de la mañana ya estamos camino al Monkey Temple. Nos dicen que está cerca, pero tardamos un buen rato en llegar y nos pegamos la primera sudada del día.

El templo se encuentra en lo alto (muy alto) de una colina y para llegar ahí, tenemos que subir unas cuantas escaleras. Al llegar, un poli nos ve cara de guiris y nos pide 200 rupias a cada uno. Debemos ser los más pringados de la zona, ya que ahí nadie paga, sólo nosotros. Entre la sudada que llevamos y las pocas ganas que tenemos de pagar, nos sentamos al lado del poli a meterle presión, a ver si nos hace una pequeña rebaja. El tío se hace el duro primero, pero después de regatearle un poco, le decimos que somos estudiantes y cede, cobrándonos 150 a cada.



El templo tiene su encanto, aunque hay muchas obras y el mal día tampoco acompaña. Lo gracioso es que ahí hay una mezcla bastante rara: hay monos paseando, muchísimas palomas, guiris como nosotros, budistas y nepalíes.

Sacamos alguna foto y en 20 minutos estamos abajo cogiendo un taxi con dirección a la Durbar Square, en Patan. Patan es, digamos, un barrio al sur de Kathmandu. La plaza es la típica nepalí, con templos y jardines muy bonitos. Es una pena que esté jarreando y el tiempo no nos deje disfrutar.





Cogemos otro taxi para volver al hotel, que estamos calados. Dejamos las cosas y comemos un chowmein (pasta con verduras, comida típica china) en un agradable bar cerca del hotel. Estamos alucinando con los precios: dos platos, una botella de agua, una coca-cola y tostadas para acompañar la comida nos salen por 1,95 euros.

Descansamos un poco y por la tarde seguimos con las compras, que tiene que haber regalos para todos. Pero antes de terminar nos tomamos otro donuts gigante con café en la cafetería del día anterior.

Ya por la noche cenamos en el hotel otra vez y al pagar, como siempre, nadie tiene cambios. Lo de los cambios, tanto en la India como en Nepal, es más que curioso: nadie tiene cambios. Hemos llegado a la concluión de que debe haber una persona que tiene todos los cambios. Solo así se puede explicar que un taxista no tenga cambios para 500 rupias (5 euros), o que en un restaurante te dejen a deber porque no tienen cambios o simplemente tarden 15 minutos en traértelos. Ya nos vamos acostumbrando, pero al final terminamos diciendo: sólo tengo este billete, o me das cambios o no te pago.

En fin, después de este paréntesis sobre los cambios, la noche no da para más. En general, las noches tanto en India como en Nepal no dan para más. Echamos de menos ese ambiente nocturno que se vive en Donosti, sobre todo en agosto.

miércoles, 27 de julio de 2011

Día 18 (26 de julio, Kathmandu)

Nuestro cuerpo se ha acostumbrado al horario de aquí definitivamente. Nos despertamos sobre las 6 de la mañana y ya no podemos dormir. Así que nos levantamos, nos duchamos y bajamos a la calle, que Gurru tiene que hacer las últimas compras antes de marcharse. Pero antes preguntamos al chico de la recepción cuánto vale una habitación doble, ya que Gurru se va y no necesitamos la triple. Nos dice que lo mismo, por lo que decidimos cambiar de hotel.

Borja y yo nos vamos a desayunar, que nos morimos de hambre y no es plan a falta de pocos días para volver. Entramos en un café y bingo, nos volvemos a encontrar con la pareja catalana. Son muy agradables y después de hablar un rato, terminamos desayunando con ellos, que nos invitan a un café. Por lo visto se van hoy a la noche y además nos comentan que hay un hotel muy muy barato (10$ la noche) cerca de la cafetería. Así que después de desayunar y hablar un buen rato con los ellos, nos vamos a hacer el check out al otro hotel y el check in al nuevo. Pero antes decidimos preguntar si hay alguna posibilidad de adelantar el vuelo de vuelta a España, que estamos agotados y, porque no decirlo, con ganas de volver y ver a nuestra gente. Nos dicen que no hay ningún problema, por lo que cambiamos el vuelo Kathmandu-Delhi. El de Delhi Bilbao lo tenemos que hacer ahí mismo el día 28 de julio y cogerlo para el 29 de julio. Por lo que seguramente nos tengaís ahí el 29.

En ése momento nos despedimos de Gurru, que se le acaba la aventura asiática. Tiene el vuelo de vuelta a Delhi sobre las tres de la tarde y al día siguiente, el 29, Delhi-Bilbao.

Dejamos las cosas y comenzamos nuestro día de shopping por Kathmandu: plumiferos, libros, chubasqueros, camisetas, etc. Esta ciudad es el paraíso de los montañeros sin ninguna duda. 

Comemos un arroz con verduras por 3 euros y nos vamos a descansar al hotel. El nuevo hotel está muy bien: muy limpio, con buen servicio y gente agradable. La verdad es que es uno de los mejores en el que hemos estado. Pero los arquitectos no acertaron con la inclinación de la recepción, que tiene más cuesta que el funicular de Igeldo. De verdad, la mesa está totalmente inclinada y eso que el hotel es nuevo. Además ocurre como en el resto del país y en la India: hay ocho personas en recepción y sólo trabaja uno. Encima todos duermen en recepción. Viva la eficiencia sí señor.

Por la tarde seguimos con las compras, pero paramos a tomarnos un café con un pedazo de donuts gigante relleno de chocolate que nos alegra la tarde. 

A la tarde cenamos en la azotea del hotel y no hay más que contar. Como ya lo he dicho varias veces, Nepal es más tranquilo y más bonito, pero India es más gracioso y las aventuras son únicas.

Un saludo a toda la gente que nos sigue y hasta pronto, que puede que el 29 de julio nos veamos.

martes, 26 de julio de 2011

Día 17 (25 de julio, Pokhara-Kathmandu)

Una vez más, comienzo el blog contando que nos pegamos otro madrugón, para no perder la costumbre. Nos levantamos a las 5.30 de la mañana, que a las 6.30 tenemos que estar en la estación de autobuses para coger el bus con dirección a Kathmandu. A medio camino pararemos para hacer el rafting.

Andamos un kilómetro más o menos hasta la parada y sobre las 6 y pico de la mañana ya estamos sudando. Empieza bien el día. Llegamos y nos encontramos otra vez con los catalanes. Es increíble cuántas veces nos hemos encontrado con españoles, da igual a dónde te vayas que siempre vas a terminar juntándote a los de allí. Charlamos brevemente hasta que nos mandan a nuestro bus. Los catalanez nos cuentan que, si dices que eres argentino (al no asociarte con el euro), los precios que te ofrecen son más bajos. Así que a partir de ahora nos declaramos oficialmente argentinos de adopción. Lo gracioso es que acabamos diciendo que somos argentinos hasta a la gente que no nos quiere vender nada.

Nos montamos en el bus y antes de que arranque, tenemos la agradable sorpresa del chico de la agencia, que viene a despedirse de nosotros. Nos desea buena suerte con el viaje y con los estudios.

Sobre las 7 partimos hacia la parada en la zona del rafting y tardamos cuatro horas en llegar. Son cuatro horas para hacer 100 kilómetros, pero la verdad es que después de 16 días de viaje, nos hemos acostumbrado a las distancias y el tiempo.

En el autobús se nos sienta al lado un hombre con cara graciosa, que al instante lo apodamos Mitch Buckanan, por su parecido razonable con el vigilante de la playa. Eso si, este se gasta una barrig, pelo naranja y un bigote que le dan un toque único. El hombre nos da juego para un par de hora de viaje.

Vamos en el bus que no tenemos ni idea de dónde tenemos que bajar, por lo que le decimos al chico (uno con cara de poco espabilado) que nos avise. No nos fiamos mucho, por lo que preguntamos varias veces.

Al fin llegamos a la zona del rafting, a mitad de camino entre Pokhara y Kathmandu. Hace un calor que asusta y empezamos a sudar nada más bajar del bus. Nos equipamos con casco, chaleco y remo y bajamos por un pequeño camino hasta llegar al río. Cómo no, los nepalíes nos sorprenden una vez más con su eficiencia. Podían haber preparado los botes antes de que llegáramos, pero lo hacen cuando todo el mundo está listo. Tardan unos 20 minutos en prepararlos y aprovechamos para sacarnos unas cuantas fotos y fichar al típico listillo del grupo. En toda actividad de grupo hay uno que se las da de cabecilla, de graciosillo, vamos, el que se cree más listo que el resto. Pues fichamos al de nuestro grupo, que en este caso es un italiano.

Al rato, empiezan a darnos las instrucciones y nos damos cuenta de que el monitor lleva cinco minutos hablando y no nos hemos enterado de nada. Confiamos en que alguno caiga antes que nosotros, que somos jóvenes y deportistas.

Al terminar de darnos las instrucciones, nos vamos pitando a una barca donde no haya japoneses, ni italianos ni gitanos nepalíes. Nos montamos en uno los tres (los tres a un lado, dato importante), un dubaiti y una pareja de origen desconocido.

Los primeros dos minutos son muy emocionantes, con remolinos, grandes olas y saltos inesperados. Pero hasta ahí, a partir de los dos minutos el rafting (que supuestamente era un 5+ de 6 niveles) se convierte en una agradable travesía por el río. Sería agradable si no fuésemos hacia atrás en dirección Pokhara 42 kilómetros, camino que luego tenemos que volver a recorrer en bus. Eso sí, las vistas son alucinantes, con un río que se abre camino entre unas montañas espectaculares.

Sobre la hora la travesía empieza a aburrir, pero sólo hasta que el patrón ordena cambiar de sitio a Borja y al dubaití, enviándole a este segundo a nuestro lado y en primera fila. Pues el tío se come como cinco olas, que coincide con que son las más grande de toda la travesía, que le explotan en toda la cara. El pobre hombre (un señor de unos 55 años con barba) tiene tal susto en el cuerpo que a partir de ahí apenas puede remar.

Por si no fuera suficiente, la naturaleza se vuelve a ensañar con él (y casi con Gurru y conmigo), chocando contra una ola que por poco nos envía al agua. Pero al hombre le castiga en exceso, ya que tarda unos cuantos segundos en reincorporarse.

A todo esto, la pareja no sabe ni dónde está. Tienen frío, no saben remar y no saben inglés.

A las dos horas llegamos al final del trayecto. Lo gracioso es que para entonces ya la gente ni remaba, o hacia como que remaba confiando en que el de al lado lo hiciera. Pero al llegar y tener que remar algunos metros para llegar a la superficie, tanto nosotros como la pareja remamos como si nos fuese la vida en ello. El dubaití sigue intentado recuperarse del susto de las olas, que bastante tiene.

Al llegar nos cambiamos y cogemos primera fila para el lunch. La comida no es nada buena (¿tostadas con mermelada para comer?), pero como otros tantos españoles, guardamos unos cuantos paquetes de galletas en la mochila, por si las moscas.

Entonces para un autobús local con destino a Kathmandu. Nos montamos en él sin apenas despedirnos de la gente y al entrar sorpresa: el bus es una auténtica ratonera. Unos pocos metros cuadrados para mucha mucha gente (he subido un vídeo en facebook por si alguno se quiere hacer una idea). Tenemos que viajar ahí 100 kilómetros, que son unas cuatro horas.



A la hora del trayecto, que a la hora, a los veinte minutos del trayecto no podemos más. Nos horroriza pensar en hacer semejante viaje ahí, pero bueno, una experiencia más.

Para rizar el rizo, paramos a medio camino y, pensando que es una simple parada, bajamos a ver qué hay. Sin embargo, nos damos cuenta de que se nos ha pinchado una rueda. Ya no nos queda otra que tomárnoslo a risa. Es ahí cuando conocemos a un personaje clave en este día: Fructuoso Martínez, Fructu a partir de aquí.

Fructu es un tío, para que engañarnos, muy feo muy feo, pero muy polivalente. Lo mismo te cambia una rueda que te vende los billetes o trata de ligarse a una pasajera durante cuatro horas utilizando todas las técnidas de ligue existentes. El tío lo intenta y tiene empeño, pero la mujer lo rechaza una y otra vez. Pero es ahí cuando Fructu se desenvuelve como pez en el agua y saca su as de la manga: el clásico brazo al hombro. Pero nada, la chica no está por la labor y a Fructu le quedan escasos kilómetros para llegar al final del trayecto. Nosotros nos bajamos antes, por lo que nos quedamos con la duda de si nuestro don juan se la llevó al huerto o no, aunque todo hace indicar que el chico terminó solo.

Cogemos un taxi que nos lleva al hotel donde nos alojamos la otra vez, el hotel Thamel. Al llegar preguntamos al chico de la recepción cuánto vale una triple y noa dice que 2800 rupias. Nos echamos a reir, porque la otra vez nos costó alrededor de 1300. El pobre pone cara de "me han pillado" y se hace el loco. Pero al decirle que nos costó unos 1300, nos dice que no, que fue 1345. Parece ser que al final sí que s acordaba.

Dejamos las cosas, nos damos una merecida ducha y nos vamos a cenar a una azotea con música en directo. Crna y al hotel que, una vez más, son las 10 de la noche y estamos agotados. Y es que los 16 días de viaje pasan factura.

lunes, 25 de julio de 2011

Día 16 (24 de julio, Pokhara)

Nos pegamos otros madrugón, que hemos vuelto a quedar con Van Persie para hacer un treeking por la zona del Peace Pagoda. Sobre las 8.30 ya le tenemos en recepción esperando (esta vez con otra camiseta que no es la del Arsenal).

Primero vamos a la agencia de viajes, que el operador nos va a llevar en coche. En la agencia nos damos cuenta realmente de que Borja tiene la cara con unos cuantos buenos quemazos, como si le hubieran dado una paliza. Esto de quemarse estando nublado no parece ser nada bueno.

Empezamos el treeking y, no estoy muy seguro en que minuto pero en menos de 10, empezamos a sudar como si no hubiese un mañana. La primera parte es bastante dura, pero poco a poco llegamos a la zona llana, un camino bastante agradable. Entre descanso y descanso, Van Persie nos cuenta la situación de Nepal: de qué viven, la situación económica, política o la alta corrupción que vive el país. La verdad es que se agradece un guía que de algo de juego, no como el chófer de la India, que se dedicaba simplemente a gritar nombres de animales (aunque en su favor he de decir que era un chico simpático y muy servicial, raro en la India).

En un momento dado, le pido a V.P. que nos vaya sacando alguna foto, para no tenerlas todas posando. Error. El tío bate el record mundial de disparos por minuto al sacar unas 150 en menos de quince minutos (después en el hotel nadie me va a quitar mi media hora borrando casi todas las fotos que ha sacado).



Llegamos al Peace Pagoda, que es un edificio blanco en la cima de una colina en homenaje a Buddha, que nació en un pueblo cercano (en Lumbini exactamente). Nos sacamos unas cuantas fotos, nos cruzamos con los macarras de Phokara y nos tomamos una coca-cola en un bar cerca del edificio.



A partir de ahí comienza la bajada hasta llegar a una zona donde cogemos un autobús para ir al hotel. El bus es bastante peor que el que cogimos para venir a Phokara, pero nada se va a parecer al bus de vuelta de Pokhara a Kathmandu, que ya lo contaré mañana.

En el hotel pedimos al chico del hall que encienda los fogones y nos vaya preparando unos cuantos arroces, que hay hambre. Pero entonces llega el momento incómodo del día: el momento de pagar a Van Persie. El chico de la agencia nos dijo que eran 1500 rupias por día, por lo que le damos 3000, que sólo hemos estado unas 4 horas el día. Se queda esperando a la propina, pero somos estudiantes y no nos lo podemos permitir y además, como ya he dicho, simplemente han sido 4 horas.

Comemos y nos vamos a Lakeside nada más terminar (la zona turística de Pokhara), que Borja y Gurru tienen mono de moto. Yo me voy por mi cuenta a dar una vuelta, que ya tengo suficiente moto en Donosti.

Me tomo un café, facebookeo un poco, hago alguna compra y me voy a la zona del lago. Ahí conozco a un niño de 11 años (Dipsa). El chico es muy simpático y me dice a ver si me importa acompañarle a su casa, que tiene a su madre esperando en el portal. Le digo que, por supuesto, le acompaño y al llegar a su casa, su madre espera en la puerta.

Me invitan a pasar dentro y me sacan un café. La familia, muy agradable, me cuenta cómo es la vida en Phokara y cómo funcionan los coles aquí, aunque en poco tiempo me voy.

Mientras, a la misma hora y misma ciudad, Borja y Gurru dejan las motos a la media hora de haberlas cogido, que Borja está preocupado por sus quemaduras. Así que se van a un hospital, comen por segunda vez y vuelta al hotel.

Quedamos a las 6 pm en la agencia de turismo, que tenemos que pagar el rafting del día siguiente y, lo que no sabíamos, el coche de la mañana para hacer el treeking. Nos dice que la cantidad que queramos, y como no sabemos cuánto darle, le damos mil. Creo que le damos bastante más, porque el tío se pone contento.

Pero este chico nos cae bien. Nos da todos los detalles del rafting del día siguiente y, a partir de ahí empieza la clase magistral se marketing y RRHH. Da la casualidad de que reparte clases en la universidad, a parte de tener una agencia de turismo. Todo lo que nos dice nos da que pensar y, para meditarlo mejor, nos vamos a comer unos spaghettis a un restaurante cercano.

Parece ser que el camarero, a parte de ser camarero, alquila bicis también, porque intenta meternos unas cuantas para hacer excursiones.

Cenamos y nos vamos a tomar el cola cao al hotel, pero antes y de camino, Gurru nos da el momentazo del día: el martes se va vuelta a Donosti y le faltaba algo de dinero. Como le faltaba algo de dinero, pues se saca 30000 rupias (300 euros) y fuera. Ahora en serio, se le nubla la vista y ve un cero menos en la pantalla.

Llegamos al hotel y lo de siempre: cola cao, facebook y a la cama, que la vida nocturna de Pokhara no da para más (o la nuestra, que estamos muertos).

domingo, 24 de julio de 2011

Día 14 y 15 (22 y 23 de julio, Pokhara)

Llevamos ya tres días en Phokara y la sensación de tranquilidad nos invade por completo. Estos dos días han sido practicamente de relax total, incluso puede que demasiado, aunque no viene mal después de tantos días de viaje y aventuras. He de decir que echamos de menos las anécdotas, problemas y aventuras de la India, eso de hacer el check out y que te intenten cobrar dos noches más, o ir a la habitación y encontrarte con que ya no tienes habitación, que te lleven a una agencia de turismo oficial y esas cosas. Los que hayaís ido leyendo el blog ya me entendereís.

En Nepal la gente es mucho más agradable, intenta ayudar de verdad, sin nada a cambio (a veces),  y son muy serviciales. Sin embargo, les cuesta entendernos, tanto por el inglés como por gestos. Me imagino que será porque es otro país, con otra cultura y otras costumbres. Quién sabe.

Dormir en las faldas del Himalaya no es una cosa que se haga todos los días y la verdad es que lo estamos disfrutando. Es una pena que las nubes nos tapen casi a diario una de las montañas más altas del mundo.

Pero bueno, después de esta pequeña reflexión, me dispongo a contaros brevemente nuestros dos últimos días en esta ciudad nepalí.

El 22 de julio volvemos a madrugar, que hemos quedado con un guía a las 8 de la mañana para ir a hacer senderismo por unas montañas de alrededor. Le preguntamos como se llama y nos constesta que "mr. Happy", porque siempre está sonriendo (muy ingenioso). Lleva una camiseta del Arsenal con el nombre de Van Persie, así que a partir de ahora se queda con el nombre de Van Persie.

Cogemos un taxi y nos lleva a un monte. Así sí que se puede hacer treeking. Nos cobra unos 15 euros por llevarnos hasta ahí (tenemos la sensación de que, una vez más en este viaje, hemos sido timados) y partimos hacia la cima.

Las vistas son espetaculares, pero solo podemos ver el lago y el valle de Pokhara, ya que la zona del Annapurna está cubierta por las nubes.



Nos pegamos una buena sudada subiendo y después bajando a un lago. Lo curioso es que el cielo está totalmente cubierto y, aquí viene lo gracioso, nos quemamos. Esto solo nos pasa a nosotros: quemarnos sin sol. Al llegar al lago, Van Persie nos pregunta si queremos bordear el lago a pie o cruzarlo en barca. No sabemos por qué pero le decimos que no nos importa, así que en barca. Total, que salimos en barca y para cuando nos damos cuenta nos encontramos en esta situación: Gurru remando y Borja y yo achicando agua para que no se nos hunda el bote. Van Persie tirado descansando y además, tenemos que pagar cinco euros por cruzar el lago. Menudo chollo.



Tardamos una hora y llegamos completamente destrozamos, con la espalda y las ingles rotas. Necesitamos una coca-cola urgentemente para recuperar algo de fuerza, así que nos sentamos 10 minutos en un bar cerca del lago antes de coger un autobús de línea hacia Pokhara (una auténtica experiencia).



Llegamos al hotel igual que aquel día después de hacer el idiota y recorrer 50 kilómetros en bici en Kajuraho. Necesitamos el pack completo, esto es, comer y una buena siesta, que el cuerpo no da para más. El problema es que si te echas una siesta aquí y te despiertas a las 6 de la tarde, se te acabó el día. A partir de las 7 no hay nada que hacer. Por lo que charlamos con la gente, facebookeamos un poco (bastante) y cenamos en el patio del hotel. En este también, hemos instaurado la costumbre de cenar en el patio.

Al día siguiente tuvimos la gran idea de quedar con un pesado del hotel (que insistía una y otra vez con que fueramos) para ver el amanecer desde Sarangkot, un pueblo en una colina con unas vistas fabulosas del Annapurna. Nos despertamos a las cuatro de la mañana y sobre las 4.30 tenemos al tío este pesado esperando en el hall del hotel. La verdad es que no sabemos quién es, ni que hace ahí cada día, pero siempre está ahí, preguntándonos qué vamos a hacer al día siguiente y haciéndonos ofertas.

Cogemos el coche y vamos a Sarangkot. Al llegar, nos damos cuenta de algo que ya sabiamos: no vamos a ver un carajo. Una vez más, las montañas están cubiertas de nubes. Lo gracioso es que aquí siempre te dicen que al día siguiente seguramente se vean.

Total: madrugón, 10 euros al tío este y no vemos nada. Le decimos que mejor vámonos al hotel a dormir, y el muy caradura nos dice que esperemos, que seguramente se verán. Mira chico, ya nos la has metido, ya tienes tus 10 euros, vámonos a dormir, que además hace frío.

De camino, nos intenta vender parapente, treekings y más cosas, pero entre el sueño que tenemos y lo mal que nos cae, no le hacemos ni caso.

Vuelta al hotel y dormimos hasta las 10.30 de la mañana. El amanecer en Sarangkot parece un sueño, como si no hubiera pasado. Desayunamos en la terraza del hotel y sobre las 12 vamos a la zona turística, la zona cercana al lago, a alquilar un par de motos y así poder visitar a nuestro aire la ciudad.

Es curioso cómo funciona aquí el alquiler de motos: tu coges la moto y listo. Ni pasaporte, ni pagar al momento ni nada. La puedes coger y dejarla luego tirada en la cuneta.

Atraidos por su nombre, la moto nos da la posibilidad de ir a ver las Cataratas del Diablo ("Devil's Falls"). Total que son unas cataratas que sin más, y además, nos cobran el parking de la moto 5 rupias. Una vez más, nos lucimos.

De ahí nos vamos a la zona turística, a ver si comemos algo, que no sabemos por qué, pero nos encontramos muy débiles los tres (madres, no os preocupeís, que estamos bien). Comemos una pizza y después damos un paseo por la calle principal, que está llena de tiendas de ropa de montaña, restaurantes y librerías.

Sobre las cinco, le devolvemos las motos al pobre hombre, que no somos mala gente. Le pagamos 400 rupias por cada moto y nos vamos poco a poco andando hacia el hotel. Nos perdemos y después de andar un par de kilómetros a la deriva, tenemos la gran idea de preguntar dónde está el Hotel Himalayan View. El chico nos dice que está justo ahí, a 20 metros. Otra vez más, hacemos el idiota.

El resto del día es de relax. Ducha, charla en la terraza y cena antes de dormirnos.

Para mañana hemos quedado otra vez con Van Persie, que vamos a ir de treeking por la mañana, nuestro último día en Pokhara.